El Universal de hoy, 1-marzo-2010, publica los resultados de la primera encuesta de evaluación presidencial del año. Esta es mi opinión al respecto publicada en el mismo diario (y aquí encontrarán mis columnas previas):
¿Tocando fondo?
A los pocos meses de asumir el cargo el Felipe Calderón pasaba por un muy buen momento y contaba con niveles de aprobación del 68%, su máximo histórico. Casi tres años después, solamente 41% de la población en edad de votar aprueba algo o mucho el desempeño del presidente según la encuesta levantada por Berumen y Asociados entre el 19 y 22 de febrero pasado. Por primera vez en su mandato, hoy puede decirse que la mayoría de la población no aprueba el trabajo de Calderón.
El llamado “diferencial de aprobación (41%) vs. reprobación (36%)” del presidente es ahora de sólo de 5 puntos, cifra 43 puntos menor que en sus mejores momentos, cuando tenía un diferencial positivo de 48 puntos. Este dato no sorprendernos dado que 68% de los encuestados opina que las cosas han empeorado en México en el último año. En este caso, percepción y realidad coinciden pues en el último año el PIB cayó en 6.5%.
Hace unos meses, cuando nos encontrábamos en los peores momentos de la recesión, sorprendía que la popularidad de Calderón no cayera en la misma proporción que la percepción de la economía. Quizá algunos ciudadanos valoraban los esfuerzos (reales o mediáticos) del mandatario más allá de los resultados; quizá otros simplemente no le atribuyen toda la responsabilidad del rumbo del país. Hoy resulta claro que la recesión tuvo un efecto rezagado en la aprobación presidencial: Calderón tiene su peor momento seis meses después del peor momento de la economía.
Hoy la economía nacional ha comenzado a recuperarse de la mano de la estadounidense (como siempre) y queda por verse si la aprobación del ejecutivo se recupera o no en el mediano plazo. El pronóstico no es sencillo: A esta altura de su mandato, tanto Fox como Zedillo tenían niveles de aprobación de alrededor de 50%. Una diferencia importante fue que la evaluación de Zedillo iba en ascenso conforme la economía se recuperaba de la crisis, mientras que la de Fox más bien se estancó. Con todo, la creciente popularidad de Zedillo no bastó para que el PRI mantuviera la presidencia, mientras que la mediocridad de Fox acaso alcanzó para que el PAN retuviera Los Pinos por una mínima diferencia. De hecho, la experiencia comparada sugiere que para cualquier partido resulta difícil mantener el poder tras una fuerte recesión, sea cual sea su candidato.
Más allá de la buena o mala imagen de Calderón, preocupa mucho más la percepción de otros temas. 56% de los encuestados considera que la situación política actual es inestable o muy inestable, siete de cada diez están insatisfechos con la democracia y más de la mitad creen que hace falta “alguien que imponga orden y resuelva los problemas” sin importar lo que diga el Congreso. Estas inclinaciones autoritarias en la opinión pública quizá no sean accidentales si se considera que el presidente ha hecho de la “guerra contra el crimen y el narcotráfico” uno de los temas medulares de su estrategia discursiva y de imagen.
Para la opinión pública resulta difícil evaluar objetivamente el éxito o fracaso de esa guerra pero una cosa parece cierta: anclar la imagen del presidente en un tema que implica cada vez más pérdidas humanas e inseguridad puede revertirse fácilmente. El “premio al esfuerzo de guerra” observado hasta ahora difícilmente durará mucho más. Esta lógica explicaría el enojo del presidente con los medios por dar espacio precisamente al tema que él decidió usar como punta de lanza durante tres años.
En su defensa, los voceros de Calderón dirán que la oposición ha bloqueado su agenda en el Congreso y que se ha hecho todo lo posible dadas las circunstancias adversas. ¿Pero de verdad no puede hacer más el segundo presidente del PAN? La misma encuesta ofrece algunas pistas: entre las principales “fallas de la democracia” se encuentran los abusos de poder y la corrupción—dos problemas que pueden combatirse sin necesidad de pedirle permiso al PRI. Otros temas fueron anunciados desde su tercer informe de gobierno –el marasmo educativo o combatir oligopolios– sin que lo siguieran muchas acciones sustantivas.
Por último, los conflictos entre el presidente y miembros prominentes de su gabinete, así como la errática estrategia de alianzas rumbo a las elecciones locales son también claras señales de alerta entre los panistas. Percepciones y resultados igualmente magros ponen en evidencia a un presidente cuya capacidad de gestión y negociación se ha erosionado más rápido de lo que muchos imaginaban al inicio de su mandato.