Instrucciones para votar
Por lo general, las elecciones locales suscitan una menor participación electoral que las federales. No deja de ser curioso que muchos ciudadanos no se interesen en participar en una elección local, donde su voto tiene una mayor probabilidad de ser decisivo, que en una elección nacional. Tampoco es exagerado afirmar que los alcaldes y diputados locales tienen un mayor impacto en la vida cotidiana de los ciudadanos que un presidente que, ocasionalmente, visita algunas ciudades del país. Por otro lado, para muchos gobernadores y alcaldes la baja participación electoral ofrece una gran ventaja pues permite que sus maquinarias de movilización de votos tengan un mayor impacto relativo. ¿Se pueden movilizar ocho millones de votos? Difícilmente. ¿Se pueden movilizar tres mil votos en un municipio de 32 mil votantes (lista nominal de un municipio promedio en México)? Quizá.
Hay quien piensa que los gobernadores pueden controlar los resultados electorales o pactar con la oposición. La evidencia en cuanto a alternancia y márgenes de victoria en elecciones locales contradice, en parte, tal afirmación. Esto no implica, por desgracia, que los políticos en el poder no intenten influir en las elecciones mientras que otros partidos a veces ni hacen el esfuerzo por ser una oposición real: conceden la plaza, por así decirlo. En un país donde la reelección consecutiva no está permitida, para la oposición a veces es más fácil esperar tres años más que dar la batalla aquí y ahora.
El PRI gobierna en diez de las 14 entidades con elecciones este año. Cuatro de ellas tienen gobierno dividido: Hidalgo, Quintana Roo, Tlaxcala y Zacatecas. En seis entidades más, el PRI gobierna con mayoría en el Congreso local: Aguascalientes, Coahuila, Chihuahua, Durango, Tamaulipas y Veracruz. PAN y PRD gobiernan las otras cuatro entidades y todas ellas tienen gobierno dividido: Baja California, Oaxaca, Puebla y Sinaloa. Los gobernadores no priistas enfrentan una mayor vigilancia que los gobernadores priistas.
Los recientes escándalos de corrupción en estados y municipios parecen sugerir que algo anda mal con nuestra democracia a nivel local: la creciente competitividad electoral, la alternancia y los congresos divididos no parecen ser suficientes para producir mejores gobiernos. Es como si los votantes fueran capaces de sacar a algunos partidos del poder, pero no de conseguir mejores resultados. En la mayoría de las democracias del mundo esto se logra mediante la reelección. Pero muchos en México le tienen miedo al mecanismo de rendición de cuentas más simple: “si gobiernas bien, te vuelvo a dar mi voto; si gobiernas mal, se lo doy a otro”. El statu quo resulta conveniente para las cúpulas partidistas: no les interesa tener que lidiar con alcaldes o diputados locales más apegados al electorado de sus demarcaciones que al capricho de quien les permitió obtener la candidatura o su cargo público próximo.
Hay quien piensa que, mientras no cambien las reglas, no hay mucho más que hacer o esperar de nuestra democracia. Pero lo cierto es que la alternancia y los congresos divididos no son poca cosa. No es lo mismo que un alcalde entregue la administración a un miembro de su mismo partido que a alguien de la oposición: sin alternancia no nos enteraríamos de muchos desvíos y desfalcos, por ejemplo. Tampoco es lo mismo que un gobernador no enfrente un contrapeso real en el congreso local a uno que, por lo menos, se vea obligado a negociar el presupuesto con diputados de otro partido, o que éstos vigilen la cuenta pública de aquel. De modo que, si usted me lo preguntara, le sugeriría votar para que su gobernador enfrentara mayores contrapesos. Por algún lado se empieza.