La revista Expansión pidió mi opinión sobre el “balance político” de Calderón a los 365 días de haber iniciado su mandato.
Gobernar sin mayoría, otra vez
Felipe Calderón llegó a la presidencia tras una elección sumamente cerrada y un conflicto poselectoral más tenso aún. Con tales antecedentes, la expectativa natural era un primer año plagado de enfrentamientos y golpeteo con sus opositores: ¿podría el Presidente salir a la calle o mantener un control mínimo del gobierno?
Doce meses después, el escenario político no podía ser más contrastante. Es difícil negar que superó las previsiones de muchos: paradójicamente, cuanto más pesimistas eran las expectativas iniciales, mejor resulta el saldo aparente hoy día. ¿Cómo explicar esto? Vayamos por partes.
¿Importa tanto el Presidente? Sí. El Poder Ejecutivo y el Legislativo parten de una perspectiva diferente de la política: el Presidente busca implementar cierto programa de alcance nacional con el aparato administrativo bajo su control, mientras que el Congreso provee un foro de representación y negociación para los diversos partidos políticos. Más allá de sus facultades constitucionales, el Ejecutivo tiene un liderazgo clave para el país y frente al Legislativo.
El pasado importa. Los excesos del presidencialismo priista nos heredaron desconfianza en sus facultades: mala cosa si el Presidente puede hacer demasiado. Por otro lado, el errático gobierno foxista produjo desilusión: el Presidente no podría lograr nada sin una mayoría en el Congreso.
Tras nueve años de gobiernos sin mayoría, muchos apuntábamos que cierta parálisis era inevitable: no habría reformas grandes ni pequeñas hasta que las reglas del juego cambiaran los escasos incentivos para la negociación. Las reformas del primer año calderonista nos obligan a reconsiderar los alcances y límites de nuestro sistema presidencial.
No todos los gobiernos divididos son iguales. En 1997, el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados pero no en el Senado. En 2000, el PRI dejó Los Pinos y la mayoría en ambas cámaras, pero se fue la primera fuerza legislativa. Hasta 2006 el PRI fue, por primera vez, tercera fuerza en diputados y segunda en senadores. Con un priismo debilitado, el poder de negociación del Ejecutivo favorece al panismo.
Errores de los rivales. Calderón aprovechó los errores de López Obrador durante la campaña y otro tanto en su primer año. Cuando el PRD se retira de la mesa de negociaciones, propicia el acuerdo entre PAN y PRI (pero no lo abarata). En vez de construir una coalición opositora, la estrategia del PRD facilitó una coalición gobernante: curiosamente, al desconocer al Presidente facilitó su legitimación.
Año de reformas. Las pensiones del ISSSTE, una reforma electoral constitucional, algo parecido a una reforma fiscal y un presupuesto aprobado en tiempo y forma, se pueden contar como éxitos tanto del presidente como del Legislativo. Se puede estar en contra o a favor del contenido, pero es difícil negar que evidencian una relación productiva entre ambos poderes.
El estilo personal. Sin tener gran carisma, Calderón sacó provecho de un buen manejo de imagen y discurso. Mostró una rápida capacidad de respuesta ante los imponderables, un celoso control de su gabinete y cierta disciplina y mesura en sus discursos. Basta contrastar la dupla Fox-López Obrador con la de Calderón y Marcelo Ebrard para destacar cómo la clase política avanza en su profesionalismo.
Aún es muy pronto para saber si, en su afán por destrabar negociaciones, Calderón sacrificó demasiado en términos del contenido de las reformas o en otro tipo de concesiones. ¿Valen la pena reformas cocinadas al vapor?
El saldo electoral del panismo este año muestra un pobre esfuerzo o una estrategia: ¿acaso se decidió ceder algunas plazas con tal de contar con el apoyo del PRI? Será en 2009 cuando veamos si éste fue un precio muy alto.