La popularidad presidencial siempre es un buen tema de conversación pero no es muy claro cuáles son sus implicaciones en el proceso político (más allá de lo electoral). El Universal de hoy, 20 de septiembre de 2009, publica su más reciente encuesta de evaluación presidencial y me solicitaron comentarla. Pueden ver mi artículo aquí o líneas abajo. Algunas de mis columnas previas en El Universal están reunidas aquí y aquí (o bien den click a la categoría México a su derecha).
Aprobación presidencial y agenda legislativa
En la opinión de mucha gente el responsable último de buen o mal rumbo del país es el presidente de la República. Por ello, cuando la economía va por mal camino, los presidentes y sus partidos pierden fuerza y tienden a perder el poder, y viceversa. De acuerdo a la más reciente encuesta sobre desempeño presidencial, levantada por Berumen y Asociados entre el 11 y 13 de septiembre pasado, 55% de la población en edad de votar aprueba algo o mucho el trabajo de Felipe Calderón. Esta cifra revela un declive importante respecto su nivel máximo de aprobación, de 68%, conseguido en abril de 2007. Por otro lado, 71% de los encuestados opina que las cosas han empeorado en México en el último año, y no les falta razón pues la caída del PIB para este año será mayor al 6%.
Ante la severidad de la crisis económica, ¿por qué no ha caído tanto la popularidad del presidente, como ha sucedido en otros momentos? Expertos en el tema, como Leo Zuckermann, han apuntado que el gobierno de Calderón ha logrado persuadir a la opinión pública de que la “crisis vino de fuera” y, por otro lado, la guerra contra el crimen organizado le ha dado buenos rendimientos al presidente. Esta estrategia de imagen parece haber funcionado hasta ahora, pero no debe sorprendernos que, eventualmente, el “premio al esfuerzo de guerra” de Calderón se diluya y su popularidad caiga aún más.
La popularidad presidencial a menudo tiene efectos asimétricos: un presidente impopular le puede costar votos a su partido, como le ocurrió a Zedillo en 1997, o a Bush en 2008. Pero la buena imagen de un presidente no necesariamente se traduce en más votos para su partido: la popularidad de Fox y Calderón sirvieron de poco al PAN en sus respectivas elecciones intermedias. Contra lo que muchos piensan, el efecto de los medios y las campañas es bastante moderado: aunque la campaña del PAN se centró en la imagen del presidente y el tema de seguridad, los votantes no tuvieron ningún reparo en castigar a este partido por los malos resultados económicos.
¿Qué otras consecuencias tiene la buena o mala administración del capital político del presidente? Una muy relevante en estos momentos es la capacidad de negociación de la agenda legislativa del ejecutivo. Junto con el amargo paquete económico para 2010, el presidente anunció una ambiciosa serie de reformas estructurales. ¿Por qué hasta ahora? Los estudios sobre el tema sugieren que siempre es más sencillo impulsar grandes reformas al inicio del mandato—cuando la oposición está desorganizada, el presidente cuenta con un notable apoyo popular y hay tiempo suficiente para diluir los costos iniciales y capitalizar sus resultados de mediano plazo. Hacerlo a medio camino es mucho más difícil porque los costos políticos y electorales son sumamente elevados. Por otro lado, por lo general es más sencillo reformar en tiempos de crisis, como los que vivimos ahora, toda vez que los costos de no hacer nada superan los costos políticos antes mencionados. Y reformar en tiempos de crisis tiene otra consecuencia: de aprobarse, el partido que las impulsa tiende a perder en la siguiente elección.
Tanto Fox como Calderón cometieron un error similar: ambos presentaron una agenda legislativa moderada durante su primer trienio. Su apuesta parece haber sido, primero, consolidar su mandato sin mayores conflictos con el Congreso y, posteriormente, tratar de conseguir una mayoría legislativa en la elección intermedia que les permitiera empujar las reformas estructurales que habían prometido en sus campañas. Fox decidió no enfrentar al PRI y nunca arriesgó su popularidad. Calderón postergó su agenda de reformas a pesar de que su principal adversario, López Obrador, prácticamente se había inmolado y el PRI estaba débil y fragmentado.
A Zedillo le tocó iniciar su sexenio con una crisis económica, con niveles de aprobación ínfimos, y se vio obligado a introducir reformas y a hacer ajustes dolorosos con el apoyo del PAN. El electorado pasó factura al PRI tanto en 1997 como en 2000. Paradójicamente, Zedillo dejó la presidencia con niveles de aprobación del 70%. Hoy a Calderón le toca impulsar reformas en medio de una crisis económica y con una aprobación modesta pero en declive. Es posible que el PRI lo apoye en algunas iniciativas, sobre todo en aquellas que le den mayores réditos (como transferencias a estados y control del gasto social) e impliquen mayores costos al PAN (como mayores impuestos). De nuevo, la factura llegará en 2012.