Consulta popular

Esta es mi columna semanal para Excélsior, “Voto razonado” (21 diciembre 2013), en la que comento las ventajas y desventajas de los mecanismos de democracia directa como la consulta popular.

Consulta popular

Desde agosto de 2012, la Constitución mexicana establece el derecho de los ciudadanos para “votar en las consultas populares sobre temas de trascendencia nacional”. Sin embargo, como ha ocurrido con otras reformas constitucionales, aún no contamos con una ley reglamentaria que permita su implementación. La semana pasada se aprobó en la Cámara de Diputados la Ley Federal de Consulta Popular, pero los senadores, prestos y expeditos para aprobar la Reforma Energética en tiempo récord, no tuvieron tiempo de revisarla.

La consulta popular, al igual que los plebiscitos y los referéndums, es un mecanismo de “democracia directa” que permite a los ciudadanos decidir, mediante un sufragio directo y universal, sobre temas legislativos o de política pública específica. La democracia directa no está libre de controversia: si bien muchas democracias consolidadas cuentan con estos mecanismos (en muchos países europeos las reformas constitucionales deben ser sometidas a consulta popular, por ejemplo), también es cierto que más de un líder autoritario ha recurrido a ellos para intentar legitimar y/o prolongar su mandato (como Chávez en Venezuela, por ejemplo).

Según algunos, los mecanismos de democracia directa se contraponen a la lógica misma de la democracia representativa, según en la cual los ciudadanos eligen a sus representantes para que éstos tomen las decisiones que más convengan a aquéllos. Otros argumentan que los ciudadanos comunes y corrientes no cuentan con la información o la capacidad suficiente para decidir sobre asuntos potencialmente complejos. Una tercera crítica es que, al tratarse de una sola votación a favor o en contra de un tema, es muy difícil dar cabida a los matices o soluciones graduales típicas del proceso legislativo ordinario.

Por otro lado, los argumentos a favor de la democracia directa enfatizan la importancia de incorporar al ciudadano en la toma de decisiones políticas más allá de la simple elección de sus representantes. Si confiamos en que los votantes pueden elegir un diputado o Presidente a partir de información mínima, contradictoria o sesgada, ¿por qué no podrían opinar de un asunto trascendente para sus vidas? Otros argumentan que una reforma importante tendrá una mayor legitimidad si cuenta con el apoyo mayoritario de la población y no sólo de sus representantes. Y es que, llevado al extremo, defender a la democracia estrictamente representativa equivale a pensar en que el ciudadano sólo puede ser soberano un día cada tres años.

Según David Altman, quien ha estudiado diferentes mecanismos de democracia directa alrededor del mundo, vale la pena distinguir entre consultas iniciadas “desde arriba” (ya sea por el Ejecutivo o el Legislativo, por ejemplo) y aquellas iniciadas “desde abajo” (movimientos sociales, ONG, etcétera). Algunas consultas o referéndums tienen efectos vinculantes y otras no. Por otro lado, algunos plebiscitos se refieren a legislación específica y otras a la remoción de gobernantes. La evidencia de las últimas décadas sugiere que la mayoría de las consultas son promovidas “desde arriba” y que, la mayoría de las veces, éstas resultan exitosas: los gobiernos tienden a promover consultas cuando esperan ganarlas. Por otro lado, cuando la consulta es promovida “desde abajo”, la mayoría de las veces no logra consumarse o, de llevarse a cabo, fracasa.

Aunque la mayoría de los intentos por iniciar una consulta popular fracasan, ya sea por enfrentar requisitos costosos o por una baja participación, puede argumentarse que la mera existencia de estos mecanismos de participación ciudadana permite que la sociedad transmita a la clase política señales sobre los temas que le preocupan o interesan. Así, una iniciativa o consulta popular fallida hoy puede transformarse en una reforma exitosa años después.

Como siempre, no faltan voces que dicen que “no estamos listos” para experimentar con mecanismos de democracia directa. Habría que preguntarnos por qué nosotros no estamos listos y otros tantos países sí.

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