Escándalo

En mi columna para Excélsior del 16 de agosto de 2014, discuto para qué sirven los escándalos en una democracia (independientemente de las intrigas o la falta de consecuencias legales).

Escándalo

Esta semana planeaba escribir sobre la promulgación de la Reforma Energética y los retos que su implementación impone para el futuro del país. Pero esta misma semana ocurrió algo inesperado: salió a la luz pública un video en el que un grupo de legisladores panistas convivían en una fiesta nocturna. Las imágenes revelan que hubo alcohol, música y mujeres. Fue todo un escándalo.

Dos días después, el diputado Luis Alberto Villarreal dejó de ser el coordinador de la bancada panista en San Lázaro. El otrora alcalde de San Miguel de Allende, diputado y senador por Guanajuato no perdió su empleo, puesto que seguirá siendo diputado plurinominal hasta 2015, pero se dice que este incidente marcó el fin de su carrera política. Por su parte, Villarreal dice que se trata de una celada profesional en su contra: ¿Quién lo grabó? ¿Quién lo filtró?

Los panistas no están solos en el club de los políticos víctimas de una grabación escandalosa de una índole u otra. Por el PRI destacan Mario Marín, exgobernador de Puebla, o Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, expresidente de su partido en el DF. En cuanto al PRD es difícil olvidar a René Bejarano o el caso más reciente de la diputada Purificación Carpinteyro. Es probable que ninguno de ellos vuelva a aparecer en una boleta electoral: los costos políticos sí existen.

Hay quien dice que estos escándalos reflejan la descomposición del sistema político o la derrota moral de tal o cual partido. Quizá sea cierto pero este argumento supone, sin demostrar, que alguna vez existió un sistema político no descompuesto o partidos angelicales. Otra posibilidad es que los políticos (de cualquier partido, conste) siempre han tenido las mismas “debilidades humanas” (por así decirlo) pero una mejor tecnología y una mayor competencia electoral han facilitado que salgan a la luz sus excesos.

¿Qué papel juegan los escándalos en una democracia? ¿Son deseables o no? Hay varias formas de vigilar la conducta y el desempeño de los políticos. Una es que todos dediquemos tiempo, dinero y esfuerzo a vigilarlos noche y día, lo cual puede ser complicado y bastante oneroso. Otra alternativa es que unos cuantos —sus rivales políticos o los medios, por ejemplo— se dediquen a vigilarlos en la medida de lo posible y, en caso de atraparlos en flagrancia, detonar un escándalo que sirva de lección para unos y otros. Los escándalos serían una especie de alarma de incendio en un mundo en que es difícil monitorear a todos los políticos todo el tiempo.

Las consecuencias de un escándalo político dependen del acto puesto en evidencia, de su contexto así como de la identidad de los actores. En Estados Unidos, por ejemplo, se estima que un escándalo sexual puede reducir a la mitad las probabilidades de reelección de un político. Pero este impacto es asimétrico: el costo electoral para los republicanos es el doble que el de los demócratas. Al parecer, los votantes detestan la hipocresía de un partido que afirma defender las buenas costumbres pero cuyos miembros la traicionan.

Más allá de los procesos legales, los escándalos pueden tener consecuencias saludables en una democracia. Por un lado, los políticos con debilidades humanas similares lo pensarán dos veces después de atestiguar un escándalo: es probable que moderen su conducta o que al menos sean menos ineptos para ocultar sus vicios. Por otro lado, los políticos con debilidades humanas incontrolables pueden de plano optar por alejarse de la política o al menos alejarse de los cargos de elección popular.

Se dice que Trajano, emperador romano entre el año 98 y 117 —y quien en su momento fue declarado por el Senado como “el mejor de los príncipes” (optimus princeps)— era alcohólico. Para contrarrestarlo, ordenó que ninguna decisión que tomara después de la hora de la comida fuera válida. Al parecer, este emperador no era capaz de controlar sus vicios, pero sí era capaz de atenuar las consecuencias de éstos en su gobierno. ¿Podemos decir lo mismo de nuestros representantes?

*Lectura relacionada:
The scandal attention cycle, by Brendan Nyhan http://ow.ly/ACwhO

 

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