En las dos últimas semanas dediqué mi columna de Excélsior para comentar algunos aspectos de la pandemia COVID-19. Aquí encontrarán ambas columnas con algunas gráficas y figuras de apoyo.
La tragedia de la COVID-19 (19 de Marzo de 2020)
La semana pasada, la Organización Mundial de la Salud declaró a la COVID-19 como una pandemia. A decir de la misma OMS, se trata de la primera pandemia causada por un coronavirus. Sin embargo, a pesar de los alarmantes niveles de contagio, su severidad y la inacción de muchos países, la OMS considera que se trata de una pandemia que puede ser controlada.
Al inicio de esta epidemia, una respuesta comúnmente escuchada en muchos países era que la influenza estacional causaba muchas muertes año con año, de modo que los primeros casos observados en un país u otro no eran señal de alarma. Hoy sabemos que ese diagnóstico es terriblemente falso.
Fuente: https://www.vox.com/science-and-health/2020/3/18/21184992/coronavirus-covid-19-flu-comparison-chart
Se estima que la COVID-19 es más contagiosa que la influenza: cada persona infectada puede contagiar entre 2 o 2.5 personas más, mientras que esta cifra es de sólo 1.3 para la influenza estacional. En segundo lugar, el periodo de incubación de la COVID-19 es más largo —de uno a catorce días, frente a cuatro de la influenza—, lo cual facilita su transmisión antes de que los pacientes presenten síntomas. En tercer lugar, su tasa de hospitalización es mayor —19% vs. 2%—, lo cual impone presiones y costos importantes en los sistemas de salud. Por último, y he aquí lo más preocupante, estimaciones iniciales sugieren que la tasa de mortalidad de la COVID-19 es mucho mayor: entre 1 y 3.4% frente a 0.1% de la influenza. Al no existir una vacuna aún, la pandemia cobrará muchas vidas este año.
Una carta abierta de científicos italianos advierte que para la población no especialista es muy difícil comprender qué tan rápido puede salirse de control una enfermedad que crece a tasas exponenciales. Al mismo tiempo, para muchos es difícil comprender las trágicas consecuencias de no actuar a tiempo frente a una enfermedad tan contagiosa. Advierten que “mientras la tasa de crecimiento sea exponencial, ninguna solución lineal para contrarrestarla funcionará”. Frente a ello, las restricciones fiscales, en la infraestructura para proveer servicios de salud y en la capacidad de implementar medidas de contención en cada país se harán más que evidentes.
Frente a la incertidumbre de una nueva y poco conocida enfermedad, la reacción de la sociedad y los gobernantes son clave. De la capacidad de organización y reacción de la sociedad dependerá mucho el éxito para reducir el ritmo de contagio: tomar precauciones, informarse, guardarse en casa, distanciarse lo más posible. Pero no bastará con ello. De la capacidad de reacción e implementación de muchos gobiernos dependerá mucho del éxito para reducir la tasa de mortalidad. Dentro de unos pocos meses conoceremos mejor el saldo de esta tragedia: en qué países se perdieron más vidas, en qué países respondieron mejor, qué estrategias de contención funcionaron mejor, así como qué sistemas de salud pública estuvieron a la altura del reto de esta pandemia, o bien, cuáles resultaron insuficientes o injustos.
Las consecuencias económicas también serán duras y significativas. La pandemia ha paralizado amplios sectores de la economía mundial, se reducirá el comercio y el tránsito de personas dentro y fuera de cada país. Recursos valiosos de cada hogar tendrán que ser redirigidos a precauciones o atención médica. El mundo será más pobre al final del año. La distribución relativa de los costos sociales será tan desigual o quizás más que las ganancias del crecimiento en otros tiempos.
Incluso, si este nuevo virus desapareciera de nuestro país en este mismo momento, el impacto económico sería evidente. Así lo sugieren la caída en los precios del petróleo, el alza del tipo de cambio del dólar y los indicadores bursátiles. Una pandemia pone a todo gobierno frente a un dilema trágico: ¿cuántas vidas deben estar en riesgo antes de parar una economía? ¿Qué vidas deben procurar salvarse antes que otras? ¿Qué paliativos deben ofrecerse a quienes sufran más por la recesión que por la enfermedad?
Hay otra víctima de esta crisis: el desplome de la cooperación entre personas y gobiernos. Personas que incurran en compras de pánico dejando sin abasto a otras más pobres, productores que acaparen bienes esperando explotar alzas de precios, gobiernos que opten por cerrar fronteras y aeropuertos para tener un chivo expiatorio ante una enfermedad que ya se transmite de manera local. Si esta columna suena sombría es porque lo es. Debemos actuar ya.
Pandemias e incertidumbre (26 de Marzo de 2020)
La semana pasada escribí en este espacio que para muchas personas puede ser difícil comprender las consecuencias de una enfermedad que se contagia a un ritmo exponencial. Frente a los primeros casos, en muchos países se observaron reacciones tibias por parte de sus líderes políticos. Hoy sabemos que el virus es realmente contagioso: muchos líderes han tenido que comerse sus palabras en tan sólo unas cuantas semanas.
La evolución a lo largo del tiempo de una epidemia depende de un sinnúmero de factores. Sin embargo, entre los factores más importantes que se utilizan en los modelos matemáticos para modelar epidemias destacan: la tasa de reproducción (comúnmente llamada R0), el periodo de incubación, el periodo de infección, la tasa de hospitalización y la tasa de fatalidad, entre otros. El investigador estadunidense Gabriel Goh ha diseñado una “calculadora de epidemias” en internet que es relativamente intuitiva. Aquí compartiré tan sólo dos ejemplos hipóteticos para ilustrar la incertidumbre con la que puede evolucionar una epidemia.
Supongamos un primer escenario hipotético “sin intervención” con las siguientes características: Una población total de cien millones de habitantes, una tasa de reproducción (RO) de 2.2 —ie, por cada persona contagiada se esperan 2.2 contagios adicionales—, un periodo de incubación de 5 días, un periodo de infección de 3 días, una tasa de hospitalización de 20 por ciento y una tasa de fatalidad de 2 por ciento. Bajo este escenario, el pico de contagios ocurriría alrededor de 150 días después del primer contagio y se habrían acumulado 6.8 millones de personas contagiadas. Tras 200 días, alrededor de 85% de la población se habría contagiado y, si bien la gran mayoría se recuperaría, habrían fallecido 1.5 millones de personas.
Supongamos ahora un segundo escenario hipotético con una “intervención radical exitosa”. Los parámetros iniciales serían los mismos del ejemplo anterior, salvo que ahora, tras 60 días de haberse detectado el primer contagio, una intervención logra reducir la tasa de reproducción a sólo un tercio del valor inicial —de 2.2 a 0.75 personas— y todo lo demás se queda sin cambio. Bajo este escenario, el pico de contagios y hospitalización no superaría a las mil personas y las muertes estimadas tras 200 días serían sólo 178 personas.
Addendum: Supongamos un tercer escenario hipotético: muy alto contagio, menor letalidad, sin intervención. La población sería la misma que antes pero ahora R_0 = 4, tasa de hospitalización = 10% y tasa de fatalidad = 1%. En este caso, las muertes estimadas tras 120 días ascenderían a 988 mil personas (un 0.98% de la población).
Las discusiones recientes sobre “aplanar la curva” se refieren, justamente, al reto de pasar de algo como el primer escenario ilustrado aquí a algo parecido al segundo. Como puede apreciarse, la estimación de contagios y fallecimientos es muy sensible a los parámetros o valores iniciales de la simulación hipotética, así como a la oportunidad y eficacia de cualquier intervención.
Los escenarios hipotéticos presentados aquí tienen supuestos importantes, por ejemplo: que todos los contagiados que requieren hospitalización, la conseguirán y que quienes se recuperan de un contagio se vuelven inmunes en adelante. El segundo escenario supone que la intervención tiene una eficacia absoluta al día siguiente de implementarse. Como sabemos, el mundo real es más complejo que las estimaciones de un modelo simple.
Al inicio de una nueva epidemia, tanto la tasa de reproducción como la tasa de letalidad pueden sobreestimarse, por ejemplo, si al inicio la población ignora que debe tomar precauciones, o bien si sólo quienes tienen los peores síntomas se hacen pruebas u hospitalizan. Por otro lado, una vez que está en marcha una epidemia, el número de casos confirmados suele subestimar la “cifra real” ya sea por el rezago implícito en el periodo de incubación, por el rezago en realizar las pruebas o diagnósticos, o bien por el número de casos asintomáticos o leves que nunca serán detectados por las autoridades.
A la fecha, se han contabilizado más de 470 mil contagios y 21 mil muertes en todo el mundo atribuidas a la COVID-19. Sin embargo, la curva de contagios no ha llegado a su pico y el epicentro está por mudarse de Europa a los Estados Unidos y el continente americano. En el caso de México, hemos tenido oportunidad de observar lo ocurrido en Asia y Europa, tomar medidas con mayor anticipación, reproducir la mejores prácticas internacionales, etcétera. En esta nueva etapa, hagamos lo que nos toca.