En mi columna para Excélsior de esta semana (12 julio 2014) discuto algunas implicaciones del registro de 3 nuevos partidos políticos en México. En una columna previa discutí un tema relacionado: el umbral de entrada de 3% de votos mantener el registro como partido.
El 9 de julio pasado, el Consejo General del INE otorgó el registro a tres nuevos partidos políticos nacionales: Morena, Partido Humanista y Encuentro Social, con lo cual concluye una etapa importante del proceso de creación de cualquier nuevo partido político. A través de asambleas estatales o distritales, Morena acreditó a 496 mil 729 afiliados, el Partido Humanista a 270 mil 966 y Encuentro Social a 308 mil 997.
Este número de afiliados es superior al mínimo requerido por la ley para obtener el registro (0.26% del padrón electoral, poco más de 200 mil). Sin embargo, si alguna de estas organizaciones hubiera intentado registrar a un candidato independiente a la Presidencia, tal número de afiliaciones habría resultado insuficiente: para ese efecto la ley exige al menos 1% de la lista nominal de electores. Como dijimos antes en esta columna, es más fácil registrar un partido político que registrar una candidatura independiente (3-mayo-14).
(Aquí podrán leer el resto de la columna)
Estos nuevos partidos contarán con financiamiento público a partir de agosto de este año. De acuerdo a la ley, cada uno de ellos recibirá 3% de las prerrogativas disponibles para los partidos políticos, de modo que, en conjunto, recibirán 9% de dichos recursos. No se trata de recursos nuevos: el resto de los partidos políticos existentes recibirá menos financiamiento para dar cabida a las nuevas fuerzas políticas.
Como el financiamiento público para partidos políticos crece con el padrón electoral, pero no con el número de partidos, existe un conflicto distributivo por las prerrogativas: si un partido (nuevo o no) recibe más recursos, el resto recibirá menos. Por ello, no debe extrañar que los representantes del resto de los partidos no los reciban con buena cara.
Organizar asambleas y acreditar afiliaciones es difícil y costoso. No cualquier organización social es capaz de hacerlo. Lo que sigue, sin embargo, puede ser aún más difícil: identificar candidatos para diputado federal de mayoría relativa que resulten atractivos para al menos 3% de los votantes del país. Los partidos nuevos no tienen derecho a hacer coaliciones electorales: la primera vez les toca ir solos, por lo que el juicio ciudadano sobre sus plataformas o candidatos será crucial.
De no conseguir los votos suficientes, los partidos políticos perderán el registro y no tendrán derecho a representación en el Congreso. Por fortuna para ellos, si fracasan, el subsidio que recibirán para sus campañas y actividades ordinarias no tendrá que ser reembolsado al erario. Por otro lado, si consiguen al menos 3% de los votos obtendrán curules, más financiamiento público en el futuro y la posibilidad de acordar alianzas o coaliciones electorales con el resto de los partidos rumbo a 2018.
Permitir la entrada de nuevos partidos políticos puede ser muy saludable o muy pernicioso para una democracia. Si entran o salen muchos partidos con facilidad será difícil consolidar un sistema de partidos (lo cual, aunque muchos no lo crean, es importante). Pero si nunca entran nuevas fuerzas políticas lo que se consolida es un oligopolio partidista.
Qué tan saludable o no será la entrada de estos partidos, depende en gran medida de las reglas del juego. Dificultar la entrada inicial de partidos, pero facilitar su supervivencia futura mediante coaliciones puede producir partidos rentistas: aquellos que sólo buscan el registro para hacerse de prerrogativas y, de conseguirlo, posteriormente buscarán una coalición electoral para hacerse de más prerrogativas sin que los votantes pueden manifestarse directamente sobre sus candidatos o plataformas.
Para los partidos políticos existentes, la entrada de nuevos partidos es una especie de aguafiestas: existe un conflicto distributivo por el financiamiento público y otro acaso más encarnizado por los votos. Tener dos candidatos de izquierda, o bien dos candidatos de derecha en un mismo distrito o entidad puede acabar favoreciendo al candidato o partido que se ubique en el centro. A veces, nadie sabe para quién trabaja.