En mi columna semanal para Excélsior, “Voto razonado” (24 mayo 2014) discuto el “umbral de entrada” al sistema de partidos políticos en México.
Un tema poco debatido hasta ahora en la más reciente reforma político-electoral es el llamado “umbral de entrada” al sistema de partidos políticos en México. La pregunta clave detrás de este umbral es la siguiente: ¿cuántos votos debería obtener un partido político nacional para obtener representación en el Congreso, o bien para obtener o mantener el registro como partido político nacional?
El recién reformado artículo 41 constitucional dice: “El partido político nacional que no obtenga, al menos, tres por ciento del total de la votación válida emitida en cualquiera de las elecciones que se celebren para la renovación del Poder Ejecutivo o de las cámaras del Congreso de la Unión, le será cancelado el registro”.
La reforma constitucional incrementó el porcentaje mínimo de votos requeridos para conseguir representación en el Congreso de dos a tres por ciento. Un cambio de un punto porcentual en una regla que pocos conocen parece poco, pero en términos relativos es un aumento de 50% en el umbral de entrada a nuestro sistema de partidos.
¿Tres por ciento es mucho o es poco? Países como Alemania o Bolivia también tienen un umbral de tres por ciento, Rusia uno de cinco por ciento, mientras que Japón no tiene un umbral mínimo. Para poner este umbral en contexto, recordemos que en la pasada elección presidencial votaron alrededor de 50 millones de electores. En aquel año bastaba conseguir alrededor de un millón de votos para mantener el registro como partido político. Bajo la nueva regla, los partidos políticos deberían conseguir más de millón y medio de votos para mantener el registro. El candidato presidencial de Nueva Alianza, Gabriel Quadri, consiguió 1.14 millones de votos en aquel año, mismos que no le hubieran sido suficientes para garantizar la supervivencia de su partido. En 2009, el Partido Socialdemócrata alcanzó apenas uno por ciento de votos y perdió el registro en consecuencia.
Para los “partidos nuevos” el reto es particularmente difícil, puesto que deben conseguir tres por ciento de votos a partir de candidaturas a diputados y sin el arrastre de un candidato presidencial. En 2015, tres partidos de izquierda, Movimiento Ciudadano, PT y Morena, deberán conseguir cada uno al menos tres por ciento de votos y más de nueve por ciento en total. {Addendum: Además, los partidos que buscan el registro no pueden hacer coaliciones, mientras que algunos partidos con registro quizá no sobrevivirían sin ellas.}
Dada la mala fama pública que tienen los partidos políticos en nuestro país, no debe sorprender que dificultar la entrada al sistema de partidos genere simpatías entre muchos ciudadanos. Por su parte, los partidos políticos que ya cuentan con registro tienen obvios incentivos para hacer cada vez más difícil la entrada de nuevos partidos que podrían hacerles competencia en las urnas.
No estamos hablando de un hecho aislado. En la Reforma Electoral de 2008, los partidos con registro decidieron que sólo se permitiría el registro de nuevos partidos en las elecciones intermedias… a partir de 2015. Es por ello que ni en 2009 ni en 2012 tuvimos la posibilidad de votar por un partido político distinto a los siete que conocemos desde 2006. No parece descabellado atribuir fenómenos como el del voto nulo en 2009, o la exigencia por candidaturas independientes de un tiempo a la fecha, a esta creciente cerrazón.
Una consecuencia de tener un sistema de partidos cada vez más cerrado es que los pocos partidos que ya cuentan con registro podrán coludirse y actuar como un cártel u oligopolio para limitar aún más la competencia electoral. Por ejemplo, los líderes de los partidos pueden decidir segmentar el país en bloques geográficos: ceder cierta región, entidad o delegación a cierto partido político, otras demarcaciones a otro partido, y concentrar sus esfuerzos en unas cuantas regiones electoralmente reñidas. Un país donde cada partido político tiene bastiones indisputados por la oposición es casi tan perverso como un régimen autoritario porque el mecanismo de competencia y rendición de cuentas electoral deja de operar. Para fortalecer nuestra democracia debería facilitarse la entrada de nuevos partidos políticos, y dificultar la supervivencia de los existentes, no al revés.