En mi columna semanal para Excélsior, “Voto razonado” (4 octubre 2014) discuto los pros y contras de la movilización de estudiantes del IPN y el dialogo con el secretario de gobernación.
Quizá el momento más difícil de la campaña de Enrique Peña Nieto ocurrió cuando dialogaba con estudiantes de la Universidad Iberoamericana. En contraste, hay quien dice que el inicio de la campaña de Miguel Ángel Osorio Chongocurrió el martes pasado tras su exitoso diálogo con miles de estudiantes del IPN. Dicen que todos los políticos están en campaña. Puede ser.
El martes 30 de septiembre, el secretario de Gobernación recibió y dialogó con estudiantes del Instituto Politécnico Nacional en un templete instalado en la calle. Fue un diálogo inédito en el que el secretario leyó las demandas de los estudiantes y prometió darles una respuesta puntual en tan sólo tres días (ofreció hacerlo en media hora, pero los estudiantes pidieron una respuesta más cuidadosa.) Sin duda, fue un éxito tanto para los estudiantes como para el secretario. Al día siguiente, las primeras planas se las llevó el secretario, no los estudiantes.
Dos días después, en la tradicional marcha del 2 de octubre no hubo granaderos ni incidentes graves de violencia. Inédito. Triunfo para Miguel Ángel Mancera y para los jóvenes manifestantes. Ese mismo día, los medios de comunicación dejaron claro que tanto el presidente Peña Nieto como su gabinete trabajaban en la respuesta que darían a las demandas de los estudiantes del politécnico.
Dos manifestaciones estudiantiles numerosas, pero sin incidentes de violencia muestran buenas señales de parte de los manifestantes, pero también sugieren buenas señales de parte de los líderes políticos que a menudo utilizan las marchas y manifestaciones para ajustar facturas ajenas a los agravios que se manifiestan públicamente.
Hace algunos meses, María Inclán, colega del CIDE especialista en movimientos sociales, había pronosticado que la marcha del 2 de octubre no sería tan violenta como las de años anteriores. Esto se debe a que las manifestaciones violentas han caído en tal desprestigio que ni los propios manifestantes buscan recurrir a ellas, por un lado, ni los líderes que viven de ofrecerlas o quienes se benefician de ellas encuentran demanda.
En el mejor de los casos, la manifestación del martes pasado dejó una buena lección para futuras manifestaciones: es posible conseguir cosas —desde interlocución hasta soluciones específicas— con una marcha pacífica y ordenada que con un discurso amenazante y/o violento. El reto posterior para los estudiantes será mantenerse unidos para responder al planteamiento gubernamental y decidir los próximos pasos de su movimiento.
Por otro lado, aunque la negociación del martes pasado fue un éxito político para el secretario de Gobernación, es muy probable que ese mismo acto en el futuro le traiga complicaciones costosas. De aquí en adelante, futuros grupos agraviados esperarán por lo menos el mismo trato que los estudiantes del politécnico y, lo que puede ser peor, resoluciones así de expeditas.
Por último, pasemos a dos cuestiones más de fondo que de forma. ¿Puede decidirse el futuro de una universidad pública en medio de una negociación entre un secretario y un grupo multitudinario de estudiantes? Difícilmente. Para bien o para mal, los canales institucionales deberían servir de algo. Una segunda pregunta es quizá mucho más difícil de responder que la anterior. Con la renuncia de Yoloxóchitl Bustamante y la derogación de las reformas a los planes de estudio del IPN, ¿el Instituto estará mejor o peor en el mediano o largo plazo?
No es la primera vez que temas tocantes a colegiaturas, planes de estudio y perfiles de ingreso y egreso acaban detonando protestas y manifestaciones que, al final de cuentas, simplemente posponen la solución de los problemas de fondo. La crisis por la que pasa la educación pública en México toca también a un gran número de universidades públicas. ¿Para cuándo la reforma de la educación superior?