Notas mundialistas

A propósito del mundial de futbol de Brasil 2014 –o quizá porque no tenía mucho sentido hablar de otra cosa– tres de mis columnas de junio pasado utilizaron el futbol o el mundial como pretexto para hablar de otras cosas: las ventajas de la competencia internacional y la diversidad, la irracionalidad de nuestras creencias (sobre futbol, religión o política), y por qué unos símbolos de identidad nacional funcionan mejor que otros. Aquí van.

Diversidad y goles (7 junio 2014)

La próxima semana dará inicio el Mundial de Futbol y sospecho que casi no se hablará de otra cosa: así que más vale enfrentar el torbellino con serenidad y optimismo. Aunque usted no lo crea, los torneos de futbol permiten revelar importantes lecciones sobre economía y política.

Un primer ejemplo consiste en ilustrar las ventajas del comercio internacional. Veamos. ¿Qué torneo es más competitivo, el Mundial de Futbol o la Copa UEFA (la famosa Champions)? Una forma sencilla de medir la competitividad de un torneo es comparar la rotación entre los equipos ganadores. Pues bien, en los últimos diez años, ocho diferentes equipos han ganado la Copa UEFA, mientras que en toda la historia de los mundiales —19 torneos—, sólo ocho países han obtenido el título y sólo 12 han llegado a jugar una final —y lo más probable es que uno de esos ocho países vuelva a ganar este año—.

Desde un punto de vista económico, esto no es ninguna sorpresa. Los equipos de la UEFA tienen a su disposición el talento internacional de jugadores y existe un mercado sumamente competitivo para ficharlos. Por otro lado, aunque las selecciones del Mundial también son clubes privados, éstas tienen una importante restricción: sólo pueden contar con el talento nacional o naturalizado. Esa simple restricción permite pronosticar que un torneo como la Champions contará con equipos más competitivos que un Mundial —y es muy probable que el “equipo ideal internacional” supere a la mejor selección nacional del mundo—. Una verdad de Perogrullo es que: para que un equipo sea competitivo internacionalmente, sus miembros tendrán que competir con talento nacional e internacional. La competencia funciona.

Un segundo ejemplo tiene que ver con las ventajas de la diversidad al interior de los equipos o de la sociedad en general. Desde un punto de vista teórico, se puede demostrar que, manteniendo cierto nivel de habilidad promedio, los equipos diversos y heterogéneos pueden ser más productivos que un talentoso grupo homogéneo. Esto se debe a que la variedad de habilidades y talentos de un grupo diverso provee mayores fuentes de información para resolver de manera creativa problemas complejos. Por otro lado, hay quien dice que demasiada diversidad puede dificultar la comunicación o la confianza al interior de un grupo, y con ello afectar su productividad. En un extremo, hay quien teme que la diversidad inducida por la migración internacional o doméstica puede alterar el orden y la paz social.

Pues bien, resulta que un torneo como el de la UEFA permite analizar empíricamente este problema. Los politólogosEdmund Malesky y Sebastian Saiegh —de las universidades de San Diego y Duke, respectivamente— analizaron el impacto que la diversidad puede tener en el desempeño de los equipos que compitieron en la Champions entre 2003 y 2013.

En la Copa UEFA participan jugadores de casi 50 nacionalidades y, a diferencia de otras tareas colectivas, el desempeño en el futbol puede medirse fácilmente: con el diferencial entre goles recibidos y anotados. A diferencia de otras industrias, el talento de los jugadores puede aproximarse fácilmente con los salarios que cobran. Con toda esta información, los autores estimaron el nivel de diversidad lingüística al interior de cada equipo que participó en el torneo y encontraron que, a mayor diversidad, mayor diferencia de goles en su favor.

En resumen, los mejores jugadores del mundo son quienes logran ser competitivos más allá de sus países de origen, enfrentando a jugadores con talentos y habilidades distintos a los suyos. A su vez, los mejores equipos de futbol del mundo son los culturalmente más diversos. Estos resultados sugieren que la competencia entre equipos o países importa mucho, sí, pero la diversidad al interior de los grupos y la sociedad en general, también. Por último, ¿qué torneo desata mayores pasiones? El Mundial, sin duda, pero eso quizá tenga más que ver con los prejuicios tribales y el nacionalismo prevaleciente en el mundo.

 

Irracionalidad (14 junio 2014)

Esta semana inició el Mundial de Futbol. Un optimista podría decir que, dado que México ha llegado a la segunda ronda en las últimas cinco Copas del Mundo, es muy probable que lo vuelva a hacer en esta ocasión. Un pesimista diría que, dado que México no ha llegado al quinto juego de un Mundial desde 1986, lo más probable es que tampoco pueda lograrlo este año.

Un optimista podría decir que, dado que México ha anotado 25 goles en los últimos cinco mundiales y, de hecho, ha pasado en primer lugar de su grupo en dos de ellos (1994 y 2002), no es inaudito pensar que pueda pasar a la siguiente ronda aunque sea en segundo lugar. Vaya, en 2002 derrotamos a Croacia, y a Francia en 2010. En respuesta, un pesimista podría recordarnos que toda esperanza es inútil porque México ha recibido 25 goles en los últimos cinco mundiales, y que no pudimos ganarle a Bulgaria en 1994 ni a Estados Unidos en 2002.

Los análisis estadísticos del experto Nate Silver pronostican que, tras derrotar a Camerún, México tiene una probabilidad de 59% de pasar a la siguiente ronda y de 20% para cuartos de final. Por su parte, las probabilidades de Croacia de llegar a la segunda ronda sólo son de 37%. Según encuestas recientes, 74% de los mexicanos creen que llegaremos a la segunda ronda y 59% al quinto partido: los optimistas son mayoría.

Tras haber leído todo lo anterior, es muy probable que usted no cambie de opinión porque decidió ser optimista o pesimista desde antes. El optimista quizás elige ilusionarse aunque sea sólo por un rato. El pesimista quizás anticipa una derrota futura y prefiere no ilusionarse nada: después de todo, sólo uno de 32 países ganará el torneo.

¿Cómo podemos explicar la persistencia de creencias tan notoriamente falsas o irracionales? El futbol y los deportes en general no son el único terreno fértil para las creencias irracionales: la religión y la política ofrecen igual o más tela de donde cortar.

El economista Bryan Caplan sostiene que, viéndolas con cuidado, algunas creencias irracionales quizá no lo son tanto. Veamos por qué. En cierto modo, las personas elegimos nuestras creencias. Por un lado, algunas creencias nos parecen más atractivas que otras y, por otro, el costo de sostener creencias falsas puede ser muy alto o muy bajo.

Por ejemplo, si uno cree que puede volar o resistir a las balas y actúa en consecuencia, es muy probable que pierda la vida más temprano que tarde: sostener tales creencias falsas sería sumamente costoso y poca gente lo hará. Pero si uno cree que la selección nacional ganará el Mundial, o que un Dios lo juzgará al final de su vida, o que cierto partido político o candidato cambiará el destino del país, y a la postre resulta que esta creencia era falsa, las consecuencias no son tan graves.

Así las cosas, en la medida en que seamos libres de elegir nuestras creencias, puede esperarse que elijamos “creencias falsas” cuando las consecuencias de sostenerlas sean relativamente baratas. Es como si existiera una demanda por creencias falsas: si son costosas, no las compramos, pero si son muy baratas o libres de costo, gustosamente las compramos a montones.

¿Para qué sirven las creencias falsas? Algunas creencias son útiles independientemente de si son verdaderas o falsas. Uno puede pensar lo mismo que parecen creer otras personas para poder asociarnos con ellas: las creencias comunes facilitan los vínculos sociales. Por ejemplo, algunos pesimistas dejarán de serlo si la fiesta mundialista se pone buena.

También podemos creer cosas falsas para ser coherentes con otras creencias falsas: por ejemplo, un votante puede fanatizar que, por ser muy carismático, las propuestas de política de cierto candidato son igualmente buenas. Por último, un político puede venderse la idea de que incurrir en cierta corrupción es justificable si con ello se consiguen otros fines deseables, como implementar la política pública que él o ella creen que funcionaría mejor. Si el autoengaño importa, la evidencia importa aún más.

 

Identidad nacional (21 junio 2014)

Un buen resultado en el Mundial puede convocar a cientos o miles de personas al Ángel de la Independencia. En cambio, una convocatoria para defender el petróleo en el Zócalo difícilmente reunirá a más personas o generará mayor interés entre el público que el próximo juego de la selección.

Hay varios argumentos falaces en la más reciente discusión sobre Reforma Energética. El primero es que el presidentePeña Nieto y los legisladores del PRI aprovecharían la coyuntura del Mundial de Futbol —cuando la atención de ciudadanos y medios está alegremente distraída viendo a 22 hombres perseguir un balón— para aprobar la reforma secundaria en materia energética. A los líderes del PRD esta forma de proceder les parece abusiva y exigieron posponer la discusión y aprobación de estas leyes hasta que terminara el Mundial. En otro momento, exigieron que las discusiones de las comisiones del Senado no sólo se transmitieran en el Canal del Congreso (como comúnmente sucede), sino en cadena nacional.

Este argumento es falaz porque la aprobación de leyes depende, en última instancia, de una coalición legislativa que cuente con al menos la mitad más uno de los votos en el Congreso. El PAN y el PRI cuentan con tales votos de modo que, si se ponen de acuerdo, habrá Reforma Energética independientemente del Mundial. Si bien es cierto que un tema como el energético merece la mayor y más abierta discusión posible, también es cierto que la población en general tiene poco interés y conocimiento del proceso legislativo. El PRD tiene un legítimo interés en posponer esta reforma lo más que pueda, sí, como también es legítimo el interés del PRI por aprobarla cuanto antes. Para bien o para mal, la buena o mala calidad de esta reforma quedará en manos de los legisladores del PAN.

Un segundo argumento, relacionado con el anterior, es que todos los ciudadanos que presten más atención al Mundial de Futbol que a la defensa del petróleo son moralmente reprobables por desatender un tema que, claramente, es de mayor trascendencia nacional y puede afectar su bienestar personal.

¿De verdad son tan malos ciudadanos los muchos mexicanos que discuten más sobre futbol que sobre la Reforma Energética? ¿Los que ven el Mundial son peores ciudadanos que quienes sintonizan el Canal del Congreso sin dormirse? ¿Son malos ciudadanos quienes celebran un empate a cero en el Ángel, pero se rehúsan a defender el petróleo en el Zócalo?

Este tipo de cuestionamientos morales asume que los ciudadanos en general deben pensar igual que los opositores de una reforma y, además, deben darle la misma prioridad a los temas que más preocupan a tales opositores. Lo cierto es que la gran mayoría de los mexicanos no ve el Canal del Congreso y, sin embargo, en cada campaña electoral los políticos dicen confiar en el buen juicio de los votantes.

¿Dónde está el nacionalismo? Según diversas encuestas, los mexicanos son muy nacionalistas y se sienten muy orgullosos de ser mexicanos. Según algunos intelectuales, el futbol es parte de la identidad nacional y la Selección Mexicana es un símbolo tan importante como la Virgen de Guadalupe, los tamales, el mariachi y el petróleo.

Muchos políticos recurren a la retórica nacionalista cuando hablan del petróleo, pero eso no implica que éste en verdad sea un símbolo nacional. Durante años, se dijo que era imposible impulsar una Reforma Energética porque Pemex era una pieza sagrada de la identidad nacional. Pues bien, en diciembre del año pasado se reformó la Constitución para volver a permitir la inversión privada en el sector energético y no estalló la revolución. En las próximas semanas es probable que se apruebe la reforma secundaria en la materia y es poco probable que estalle una revolución. Todo lo anterior no implica, por cierto, que la Reforma Energética sea deseable o no:  la identidad y el orgullo nacional sí existen, pero son menos manipulables de lo que sugiere la retórica política.